¡Crisis, crisis, que viene la crisis…,! . Te suena, ¿verdad?. En estos días que corren, y con estos vientos que llevan soplando desde hace tiempo, todos nos habíamos convertidos de repente, en pregoneros de malos augurios, y evidentemente, ahora nos jactamos y exigimos que se nos recompense con el honor y el reconocimiento de los grandes profetas. Ya lo tenemos, teníamos razón, lo dijimos primero. Sí, el neoliberalismo está en crisis, ha creado toda esta precariedad laboral, ha mantenido la división sexual del trabajo, está destruyendo los recursos naturales,... Y ahora, ¿qué?. Podemos tomar dos caminos, o seguimos haciendo gala de nuestras dotes adivinatorias y nuestra capacidad de análisis, o pasamos a la praxis. No hay más.
Pero no nos confundamos, la práctica a la que me refiero no es salir a la calle, como tantas veces decimos, para seguir promulgando la Verdad a las gentes del pueblo e ilustrarlas sobre las causas del capitalismo, sino para convertirnos de nuevo en pueblo, para ser parte de él. Eso es lo a lo que deberíamos llamar refundación y no a cambiar de siglas para seguir pidiendo ser meros representantes de la ciudadanía en las instituciones. ¡Reconozcámoslo!. O identificamos de verdad refundación con apertura, o el fracaso no será de Izquierda Unida, sino de la izquierda. Una izquierda, que desde la proclama del fin de las ideologías, anda escasa de oportunidades para demostrar que existen alternativas al consumo sin límites y a la exaltación del egocentrismo, y que ahora, parece haberse encontrado antes de lo esperado con su destino y no sabe como afrontarlo.
Con este sentimiento de autocrítica con el que me expreso, no pretendo más que hacer un llamamiento a la reflexión, dar un primer paso hacia algo nuevo. Sé que son muchos los que creyeron ver la novedad y se dejaron arrastar por esas nuevas corrientes de aire en nuestra ciudad. Pero la realidad es la que es, y la verdadera naturaleza de las cosas se manifiesta independientemente de lo queramos ver. Son innumerables los motivos, pero dadas las circunstancias actuales de paro, desigualdad, y autoritarismo en nuestra ciudad, no podemos permitirnos el lujo de desaprovechar ese espacio de la izquierda construido desde la ilusión de que las cosas pueden cambiar para todos y todas por igual. Pero para que se den las condiciones necesarias de cambio y no se pierda el instrumento político que fue esa primera Convocatoria por Andalucía, debemos recuperar nuestro mayor valor, el compromiso. Y con ello me refiero, no a la acepción de compromiso como una dificultad a la que nos vemos expuestos por el hecho de haber dado nuestra palabra a los demás, sino a toda una declaración de principios, a una obligación contraída de manera voluntaria por todas aquellas personas que sentimos que los problemas no deben arreglarlo otros.
Ya sabemos lo que no queremos, ahí estamos de acuerdo. Pero ahora llega la hora de arrimar el hombro, de construir, de estar juntos, de diseñar el futuro. Y para eso hace falta ser valiente, saber ceder y renunciar, defender una única bandera: la de los derechos humanos. Mientras en nuestra ciudad, en nuestro país, en el mundo, exista una persona que pase hambre, una mujer que sea pisoteada, un niño o una niña obligada a madurar a base de odio, o una persona que sea considerada “ilegal”, nuestro esfuerzo y nuestra prioridad debe estar clara. Si alguien nos señala a la luna, no podemos caer en el error de mirar al dedo que señala en vez de a la propia luna.
Son tiempos difíciles, ya lo sé. No seré yo el que niegue los errores del pasado. Pero por mucho que nos empeñemos, y nuestros impulsos cainitas tiendan en ocasiones al enfrentamiento ideológico, siguen siendo más los aspectos que nos unen, que los que nos separan. Insisto en que no es una cuestión de colores, siglas o banderas, es una cuestión de maduración y crecimiento. Y aunque sea complicado después de las experiencias colectivas y personales, sigo creyendo, como otros tantos, que la política sigue siendo un instrumento más para cambiar el mundo, aunque no sea el único. Pero hagámonos un favor a nosotros mismos, y sobre todo, a aquellos que más lo necesitan, y no desperdiciemos ninguno.
Joaquín del Valle Romano