Dicen que personalizar es la clave de toda narración, que a nadie conmovería el hundimiento del Titanic y sus mil quinientos muertos, sin la historia de amor entre Rose y Jack, sin contemplar sus rostros ateridos entre las brumas. Se estudia, en los manuales de comunicación, que el mundo entero se conmovió con la muerte ante las cámaras de la niña Omaira Sánchez y que sin ella no hubiera trascendido la tragedia que sufrió el pueblo de Colombia. En definitiva, que no nos interesa la historia sino las historias.
Hasta la muerte y la tragedia necesitan un guión, unos protagonistas, unas cámaras que lo retransmitan. Nuestra conciencia se ha vuelto tan reseca, tan árida y ajena que necesitamos imágenes de impacto para que algo se mueva en nuestro interior.
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