La huelga del pasado 29-S ha sido un éxito, al menos para la clase trabajadora, que ha recobrado su espíritu de lucha y su conciencia de clase trabajadora. Eso ha sido lo más importante, y es mucho. La huelga fue desde el principio un instrumento de los trabajadores para reivindicar sus mejoras laborales ante el abuso de los patronos. Muchas mejoras laborales y sociales se han conseguido a base de huelgas. No ha habido otro camino posible.
La huelga tiene como fin último conseguir el clima de malestar social suficiente que haga reconsiderar a estados, administraciones y patrones aquellas posturas que inciden negativamente en el bienestar de la clase trabajadora. Evidentemente, busca el desorden, el conflicto, el ruido, llamar la atención de los problemas. En el siglo XIX, el liberalismo ideológico, consciente del peligro que representaba la unidad de los trabajadores en torno a las huelgas, las reprimió con dureza. Cada vez que había una huelga, había muertos, la gran mayoría por la represión que se ejercía sobre los trabajadores, a los que se dispersaba a tiro limpio. La creación de cuarteles y la movilidad geográfica de los soldados (hacer la mili en la otra punta de su localidad) obedecía a estrategias de orden público, al utilizarse el ejército de forma activa para reprimir las revueltas de trabajadores.
Indudablemente, para que una huelga sea efectiva, hay que hacerla todos. Aquí entra en acción el piquete, cuya función es sensibilizar a los que no secundan la huelga de la necesidad de hacerla, por el bien común que acarrea. En lenguaje de trabajadores, el que no secunda la huelga es un "esquirol", un trabajador que hace caso omiso a la convocatoria de huelga, a pesar incluso de que se lucha por sus mejoras laborales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario